Como todo el mundo sabe, el rap es la parte musical y cantada de un movimiento estético más amplio, el Hip-Hop, que engloba también el breakdance y los graffiti. Su origen hay que buscarlo en el Bronx neoyorquino, en la música callejera de los grupos urbanos negros y lationamericanos que improvisaban melodías y rimas, reciclando e inventando instrumentos musicales. Quizá por ello, y al menos para mí, un concierto de rap es una mezcla de celebración presbiteriana con sonoridades de rock duro: sobre el escenario, el DJ, (Disc Jockey) sentado ante sus máquinas, araña e improvisa músicas electrónicas, mientras el MC, (Master of Ceremonies), amarrado a su micrófono, recita sus versos, también improvisados, ante el público fervoroso. A veces hay varios MCs y es frecuente asistir a duelos entre ellos, llamados “peleas de gallos”, en los que compiten entre sí, poniendo a prueba su rapidez improvisadora y su ingenio rimador.
El tiempo y el dinero, que todo lo suavizan, han hecho que, sin darnos cuenta, buena parte de la estética del Hip Hop, este movimiento, nacido en la marginalidad, impregne todos los ámbitos sociales, incluso los más comerciales. El Hip-Hop, en su vertiente más domesticada, ya forma parte de nuestras vidas y también del mundo del arte. Solo hay que fijarse, por ejemplo, en muchos anuncios publicitarios de grandes marcas de bebidas o de comida rápida; en los gigantescos graffiti que actualmente están pintados en las paredes exteriores de la ModernTate Galery de Londres o en las coreografías operísticas más atrevidas. Tambén, muchos cantautores consagrados tienen uno o varios rap en su repertorio (Pedro Guerra, Joaquin Sabina, el rap estilizado en grupos de fusión flamenca como Ojos de Brujo y las ráfagas de rap incrustadas en las canciones de Alejandro Sanz). Creo que no exagero si afirmo que el Hip-Hop es el nuevo tam tam sin fronteras, intercultural y global, compartido por millones de jóvenes –y no tan jóvenes- de todo el mundo, solo comparable a lo que en su día representó y todavía representa el rock.
Por su origen, el rap lleva la impronta de lo subterráneo tatuada en su ADN. Se gestó en el gueto como un grito callejero, aullido de los que se esconden porque son perseguidos. Creció hasta convertirse en música y, en ella y por ella, los habitantes de las cloacas del sistema tuvieron su carta de identidad, su certificado de existencia. Alguien dijo del rap que nació en una hoguera y por eso siempre lleva una mecha a punto de prender.
Y es que, a pesar de la enorme fagocitación comercial del fenómeno, existen y resisten grupos que reivindican el rap como arma dialéctica contra las injusticias. Son los raperos que recuperan las esencias del movimiento y conectan con las aspiraciones, las frustraciones y las iras de los miles de jóvenes que en él se reconocen. Este rap, (y no el rap comercial de los raperos de grandes anillos de oro, de grandes coches que exhiben y alardean de machismo) el rap de la protesta encendida y sin concesiones es el que me interesó y es el que intenté conocer.
Citas
“Paredes dicen píntame tu nombre y hazme diosa" (Violadores del verso en La ciudad nunca duerme).
"Me gusta el swing que tiene el rap, vocero periodista de la marginalidad"
"Porque al rap si le pones celofán en la envoltura, en vez de rap será una rapadura"
(Pedro Guerra en Rap a duras penas)
Enlaces
Joaquín Sabina y Manu Chao: No soporto el rap
Joaquín Sabina: Como te digo una "co", te digo la "ho"
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