Bendita sandía que sacia nuestra sed y refresca nuestro cuerpo cuando el aire hiere y la calle es un horno . Como estos días aquí, en esta parte del hemisferio norte.
Agradecida a su generosa pulpa, os dedico el poema de Neruda desde el tórrido verano barcelonés.
ODA A LA SANDÍA
El árbol del verano
intenso
invulnerable
es todo cielo azul,
sol amarillo,
cansancio a goterones,
es una espada
sobre los caminos,
un zapato quemado
en las ciudades:
la claridad, el mundo
nos agobian,
nos pegan en los ojos
con polvareda,
con súbitos golpes de oro,
nos acosan
los pies
con espinitas,
con piedras calurosas,
y la boca
sufre
más que todos los dedos:
tienen sed la garganta,
la dentadura,
los labios y la lengua.
Queremos
beber las cataratas,
la noche azul,
el polo,
y entonces
cruza el cielo
el más fresco de todos
los planetas,
la redonda, suprema
y celestial sandía.
Es la fruta del árbol de la sed.
Es la ballena verde del verano.
El universo seco
de pronto
tachonado
por este firmamento de frescura
deja caer
la fruta
rebosante:
se abren sus hemisferios
mostrando una bandera
verde, blanca, escarlata,
que se disuelve
en cascada, en azúcar
¡en delicia!
¡Cofre de agua, plácida
reina
de la frutería,
bodega
de la profundidad, luna
terrestre!
¡Oh pura,
en tu abundancia
se deshacen rubíes
y uno
quisiera
morderte
hundiendo
en ti
la cara,
el pelo,
el alma!
Te divisamos
en la sed
como
mina o montaña
de espléndido alimento,
pero te conviertes
entre la dentadura y el deseo
en sólo
fresca luz
que se deslíe
en manantial
que nos tocó
cantando.
Y así,
no pesas,
sólo
pasas
y tu gran corazón de brasa fría
se convirtió en el agua
de una gota.
Pablo Neruda
Odas elementales
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