sábado, 9 de julio de 2011

La cueva de Altamira

Estoy en Santander, donde he participado en un curso de la UIMP. Ha sido una buena ocasión para visitar lugares que no conocía. Uno de ellos, el Museo de Altamira (no el de la famosa cueva sino el de la "Neocueva" porque la auténtica está cerrada al público desde hace algunos años para evitar su degradación). En él hay una reproducción exacta de las fantásticas pinturas de los bisontes.
Es una maravilla de museo que me apresuro a recomendaros si es que visitáis Cantabria.


Y ahora, un poco de literatura, evocando la extraordinaria fuerza de las pinturas de la cueva, esta vez con las palabras de Alberti y de Borges:

"estábamos ya en el corazón de la cueva, en la oquedad pintada más asombrosa del mundo.

Recostados sobre las grandes piedras del suelo, pudimos abarcar mejor, ya que es baja la bóveda, aquel inmenso fresco de los maestros subterráneos de nuestro cuaternario pictórico.

Parecía que las rocas bramaban.

Allí, en rojo y negro, amontonados, lustrosos por las filtraciones del agua, estaban los bisontes, enfurecidos o en reposo.

Un temblor milenario estremecía la sala.

Era como el primer chiquero español, abarrotado de reses bravas pugnando por salir.

Ni vaqueros ni mayorales se veían por los muros. Mugían solas, barbadas y terribles bajo aquella oscuridad de siglos.

Abandoné la cueva cargado de ángeles, que solté ya en la luz, viéndolos remontarse entre la lluvia, rabiosas las pupilas...”

Rafael Albertí "La arboleda perdida"



EL ADVENIMIENTO
Soy el que fui en el alba, entre la tribu.
Tendido en mi rincón de la caverna,
pujaba por hundirme en las oscurasaguas del sueño.
Espectros de animalesheridos por la esquirla de la flecha
daban horror a las tinieblas. Algo,
quizá la ejecución de una promesa,
la muerte de un rival en la montaña,
quizá el amor, quizá una piedra mágica,
me había sido otorgado. Lo he perdido.
Gastada por los siglos, la memoria
sólo guarda esa noche y su mañana.
Yo anhelaba y temía. Bruscamente
oí el sordo tropel interminable
de una manada atravesando el alba
.Arco de roble, flechas que se clavan,
los dejé y fui corriendo hasta la grieta
que se abre en el confín de la caverna.
Fue entonces que los vi. Brasa rojiza,
crueles los cuernos, montañoso el lomo
y lóbrega la crin como los ojos
que acechaban malvados. Eran miles.
Son los bisontes, dije. La palabra
no había pasado nunca por mis labios,
pero sentí que tal era su nombre.
Era como si nunca hubiera visto,
como si hubiera estado ciego y muerto
antes de los bisontes de la aurora.
Surgían de la aurora. Eran la aurora.
No quise que los otros profanaran
aquel pesado río de bruteza
divina, de ignorancia, de soberbia,
indiferente como las estrellas.
Pisotearon un perro del camino;
lo mismo hubieran hecho con un hombre.
Después los trazaría en la caverna
con ocre y bermellón. Fueron los Dioses
del sacrificio y de las preces. Nunca
dijo mi boca el nombre de Altamira.

Fueron muchas mis formas y mis muertes.

J.L. Borges

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